Eduardo Valenti, director de la Maternidad Sardá, recuerda con cariño y admiración al obstetra fallecido en medio de un reclamo a la Ciudad por mejores condiciones de trabajo.
El doctor Alejandro Hakim no practicaba fútbol, jugaba al tenis. Y lo hacía muy bien, a pesar de su cuerpo de más de cien kilos; una técnica envidiable. Difícil de superar en la cancha, como el Diego; obviamente en otra dimensión.
Era jefe de la maternidad del Hospital Ramos Mejía, trabajador incansable; querido por sus compañeros y respetado por los colegas. Al igual que el Diego era el primero en llegar y el último en irse. Recuerdo cuando contaban que a los entrenamientos llegaba tempranísimo y se quedaba después de hora practicando tiros libres.
Pocas personas han sido tan queridas como Diego, en vida y tras su muerte; a Alejandro lo lloraron sus colegas, pero también sus pacientes. Debe haber hecho más de 3.000 partos y debe haber atendido varios miles de mujeres. Para todas ellas el Dr. Hakim era Dios, como el Diego.
Alejandro hizo un infarto masivo en una marcha de médicos que estaban pidiendo ser reconocidos como esenciales, no solo en las palabras sino también en sus salarios. Se desplomó mientras lo rodeaban más de 2.000 colegas y, a pesar de toda la atención brindada, que fue ejemplar, se murió igual. Diego falleció solo, o rodeado físicamente de pocos. Cuando el de arriba te precisa no hay forma de decirle que no.
Alejandro era Profesor de Obstetricia en la Facultad de Medicina de la UBA, la docencia lo cautivaba; un sinnúmero de alumnos estarán orgullosos de haber aprendido con sus clases. M. pregunto si se puede calcular la cantidad de futbolistas que habrán aprendido con Sus pares lo eligieron para presidir la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Buenos Aires (SOGIBA), la entidad científica más prestigiosa de la Argentina en la especialidad, había asumido el 1 de diciembre. Tuve la fortuna de tenerlo en la Comisión Directiva cuando el presidente era yo. Rápido para tomar decisiones y atento en cualquier circunstancia, podía hacer varias cosas al mismo tiempo. No era costumbre, era instinto. Igual que Diego cuando, sin mirar, le pasó la pelota a Caniggia en aquel gol contra Brasil.
Alejandro era conversador, simpático y empático, siempre con una sonrisa; también en la adversidad, como Diego. Al comienzo de la pandemia me preguntó que iba a hacer yo, que soy unos años mayor. Le dije que iba a seguir trabajando; me contestó: “Yo también”. Fue uno de los tantos médicos que enfrentó a la pandemia desde su lugar de trabajo, a pesar de que era una persona de riesgo.
Diego y Alejandro murieron en pandemia, pero no por los efectos directos del coronavirus, sino por sus complicaciones indirectas. En tiempos normales Diego hubiera estado atendido de otra manera y Alejandro no hubiera tenido que ir a una marcha por una reivindicación salarial que la sociedad y el gobierno reconocen, pero que tarda en llegar.
Diego murió poco después de cumplir los 60 años, Alejandro los cumplía en unos meses. Alejandro murió al lado del amor de su vida: Claudia. Recuerdo cuando Diego decía que el amor de su vida se llamaba Claudia. Muchas coincidencias. Que en paz descansen.
Prof. Dr. Eduardo A. Valenti
Director de la Maternidad Sardá / Profesor Titular de Obstetricia Facultad de Medicina. UBA